martes, 6 de abril de 2010

DRAMATURGOS EXTREMEÑOS: Jorge Márquez


Jorge Márquez
Sevilla, 1958
A pesar de su juventud, Jorge Márquez es autor de una extensa obra dramática (más de doce piezas) que ha desarrollado a la vez como escritor y como director escénico. Como afirma R. de la Fuente Ballesteros (en “Fábula inefable de la flauta y el fusil", Teatro extremeño contemporáneo, Badajoz, DPDB, 1995, pág. 543), "el rico bagaje escénico de Jorge Márquez, pese a su innegable juventud, es lo primero que sorprende al que se acerca a su producción: doce piezas -El espíritu de Buret, Juegos de madrugada, La noria de cristal, El sueño de los fantasmas, El beso de las mariposas, Hernán Cortés, Mientras Némesis duerme, Títeres de la luna, Fábula inefable de la flauta y el fusil, El abismo, Coraggio, mia signora y Hazme de la noche un cuento, además de la juvenil Ve, piensa y dime- sin contar las adaptaciones -Lope, Sófocles, García de la Huerta- son alforjas más que servidas para tan corto camino".
Nos encontramos ante un verdadero "hombre de teatro", cuya trayectoria, marcada por el carácter lúdico y ceremonial del hecho dramático y por una constante experimentación (el sendero natural del verdadero creador en nuestros días), presenta en 1994 un quiebro en su evolución con Sucio amanece (1994), un nuevo experimento, esta vez de teatro-relato, que, en realidad, contiene dos obras, tal y como se expone en su subtítulo: "Casi una novela". "Casi una tragedia"; en este volumen el autor le ofrece al lector una misma historia abordada desde la doble vertiente dramática y narrativa. Marta acaba de separarse de su marido y se cambia de domicilio. Aquí entabla conversaciones con un vecino "un tanto extraño" (Don Lucio) que vive con su gato (Don Pablito). Su nuevo vecino se enamora de ella y las relaciones de vecindad se van a ver constantemente perturbadas por las numerosas manías del anciano. Temas como el racismo, la xenofobia y la intolerancia serán fundamentales en la obra de la que tratamos.
Tres años más tarde ve la luz El claro de los trece perros (1997, Primer Premio de novela "Ciudad de Salamanca"), obra que presenta en su apertura una similitud de fondo con la anterior, circunstancia que otorga a los dos relatos un mismo aire de familia: ambos, en efecto, nacen del tedio, del abrumador hastío con que unos seres solitarios, marginados de su entorno, contemplan las postrimerías de una existencia malograda; y es en este momento cuando un acontecimiento imprevisto (la llegada de una joven y hermosa vecina al mismo bloque en que habita don Lucio, un militar retirado; la extraña carta con un enigma excitante que recibe el profesor Salinero) los saca de su ensimismamiento para devolverlos al curso de una vida activa; esto es, los transforma de testigos distanciados de su propio presente en protagonistas de una pasión (amorosa en el primer caso, intelectual en el segundo).
Si bien el desenlace de ambas narraciones presenta asimismo otras analogías (relacionadas con una misma visión del mundo ácida y desencantada), nos interesa, en cambio, señalar ahora la notable distancia que, en el terreno de las preocupaciones formales, separa esta novela de la anterior, pues a la elemental estructura de aquélla (una narración lineal muy condicionada), le sucede una obra que llega incluso a dificultar su lectura con una ligera resistencia inicial dada la complejidad de los artificios en juego. El relato de un macabro crimen en una aldea del sur es comunicado mediante una información contenida en tres planos narrativos distintos: los fragmentos del diario de un frustrado profesor de criminología (seleccionados y anotados por el editor), las cartas del joven Elías que reconstruye una versión de los acontecimientos desde una perspectiva fabulosa e imposible y las anotaciones del profesor que van erigiendo, a base de rectificaciones y pesquisas propias, otra versión de lo sucedido. El lector avanza de este modo por un doble sendero narrativo que ofrece, al menos, dos versiones de la historia: la mítica e infantil del muchacho recluido en un sanatorio siquiátrico y la policial del viejo profesor, una construcción narrativa que genera constantes oposiciones de donde brotan el divertimento lúdico, el humor y la sorpresa.


El claro de los trece perros gozó inmediatamente del fervor de la crítica, que la saludó como una de las muestras más avanzadas de las posibilidades de renovación de un género permanentemente en crisis. En ella, la tenue frontera que deslinda cordura y demencia, realidad y ficción, es cruzada por el pasivo protagonista, el Dr. Salinero, profesor de criminología encargado de desvelar las ocultas razones de un pavoroso crimen. A través de la correspondencia que establece con el presunto asesino, Elías, autonominado El Duendecillo Nemoroso, Salinero va penetrando en la brutal realidad de lo que hoy se conoce como España profunda, aunque la toponimia sea completamente ficticia. Sucesivas voces narradoras se superponen y el escritor ayuda al lector por medio de identificar cada una con un distinto estilo tipográfico, recurso novedoso que ha contado con el beneplácito de público y crítica. Unos y otros han sabido discernir y apreciar esta audaz exhibición de maestría narrativa y virtuosismo literario adobada con un peculiar y desgarrado sentido del humor que compone un triunfo de la desbordante imaginación de su autor.
Otro acierto sin duda supone su original estructura al modo de muñeca rusa, amparada, como se señalaba, en la forma epistolar, que la dota de cercanía y verosimilitud; en ella, como en un mecanismo de relojería, se combinan la omnisciencia del autor con el multiperspectivismo, las referencias teatrales con el flash-back, la dicotomía de lo urbano y lo rural en su vertiente de civilización y barbarie, la locura y la cordura y un halo decisivamente cervantino -fundamental en el muestrario lleno de cariño que caracteriza la presentación de los personajes- que confirma la redonda calidad de esta novela.
La crítica ha insistido, aun dejando constancia de la poderosa originalidad de su obra, en la profunda atracción que ha ejercido en esta literatura la estética esperpéntica, probablemente la aportación más valiosa de nuestra tradición reciente (Valle-Inclán, Cela...), perceptible en varios rasgos (animalización, técnica de contrastes...), a los que se suma su condición de parodia (un rasgo más de filiación esperpéntica): de los cuentos y mitos infantiles, de la superstición popular, de los relatos de investigación, de las ediciones impertinentemente anotadas, de la "cultura" de los medios de comunicación (con su hartazgo de sexo, sangre y sentimentalismo primario)..., y todo ello mediante un discurso marcado por la precisión lúcida ("y sabía por costumbre que, tratándose de lujuria, caminar despacio acorta el camino"), por los distintos registros humorísticos (del más sutil al más desgarrado), por la sorpresa y el ingenio.
Las Parcas (2000), última obra aparecida hasta ahora, incluye tres relatos, La taberna, La brújula y La habitación de hotel, marcados por la presencia de las tres hilanderas (Cloto, Láquesis y Átropos) como otras tantas musas macabras de la creación literaria, pues, en efecto, la muerte, con su estela de dolor, miseria y locura, es la protagonista de estas composiciones. En ellas puede vestir el disfraz de "dama del alba", de mujer seductora visible solo para ciertos personajes a los que arrastrará a la enajenación, puede aparecer bajo la máscara de mujer vulgar (una viuda aldeana), o de una prostituta de lujo, y puede mostrar el rostro de la piedad, como ocurre en la primera composición (en que viene a poner fin a una terrible agonía) o de la venganza, como sucede en la tercera, pero, siempre puntual a su cita, irradiará a su alrededor su poder destructor, exacerbando la maldad oculta en el interior del ser humano, empujado, por ello, a la demencia, al asesinato, al incesto y al parricidio.

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