sábado, 10 de abril de 2010
TEATRO POPULAR EXTREMEÑO : La Batalla de La Albuera
El mariscal Soult detuvo su caballo y miró contrariado al cielo. Aquella mañana del 16 de mayo de 1811 amanecía lluviosa. Sus tropas habían realizado un gran esfuerzo viniendo a marchas forzadas desde Sevilla. El emperador le había asignado una peliaguda misión en laque debía levantar el cerco aliado sobre Badajoz pero, ahora, sus fuerzas de caballería, que actuaban como exploradoras, le informaban de la presencia de una numerosa fuerza en aquel pueblucho español llamado La Albuera. ¡Maldita sea!, los españoles, ingleses y portugueses dominaban los puentes y si quería llegar a Badajoz él debía atravesar el curso del río.
Los desastres de la guerra
Todo estaba saliendo mal. Hacia apenas unos meses después de una victoriosa campaña había tomado Badajoz y Olivenza en las que las guarniciones españolas habían caído tras una breve pero intensa resistencia. El 10 de marzo de 1811 había desayunado gustoso con su segundo, el también mariscal Mortier, en Badajoz. Y, justo después de dos meses, el 4 de mayo, aquel inepto de Mortier se había visto cercado en la misma ciudad por las fuerzas hispano británicas mandadas por Bereford.
Él, el mariscal Soult, no podía permitir aquella afrenta que llevaría a la Grand Armee a los desastres de Bailén. Él no fracasaría. Les daría a los españoles y a los ingleses un auténtico repaso. Visto de otra forma tampoco era tan malo la maniobra de su enemigo situándose en aquel pueblo. A lo mejor, si la suerte y sus hombres le correspondían, podría destruir al grueso del ejército aliado y marchar sin mayor problema contra Badajoz y, a lo mejor, acabar de echar al mar a Wellington y sus casacas rojas.
Para ello dispuso a sus tropas con una excelente táctica. Fingiría que una parte de la infantería apoyada por escuadrones de caballería atacaría al pueblo, mientras lanzaría el resto de su ejército por el sur concentrando su fuerza de forma oblicua sobre las tropas aliadas. Algunos prisioneros le habían informado que no había dado tiempo de preparar trincheras, ni medios de defensa, por lo que creía que los aliados no podrían soportar un duro ataque.
Las fuerzas españolas se sitúan en el frente de batalla.
A las 8 de la mañana escuchó las primeras detonaciones en la distancia y, con muchas dificultades, con el catalejo vió que los aliados continuaban estáticos frente a las dehesas de La Albuera. Si continuaban así podría tomarlas por el flanco. Sí, seguro... Su general Godinot fiel al plan inicial seguía presionando por el frente en su ataque de diversión, mientras su artillería cañoneaba el pueblo de La Albuera. Así confundiría más a sus rivales. Su caballería y su infantería, mientras tanto, estaban avanzando por el flanco español que parecía concentrado en Godinot. Parece que podría volver a triunfar si conseguía situar sus fuerzas en el camino de Valverde los aliados quedarían cercados y su artillería podría inclinar la balanza.
¡Merde! y ahora se pone a llover. No hablaban en París del famoso sol español. Si sabrán esos parisinos. Ya no es llover esto es una tromba de agua. Mis fuerzas no podrán progresar igual. ¡Merde! y más ¡Merde!. ¡Un mensajero! - le grita un oficial de su estado mayor-. Bien, -pensó- los aliados deben sentir nuestra presión. Pero el semblante del jinete no presagia nada bueno.
Señor mariscal -el oficial temblaba calado hasta lo huesos- los españoles se han dado cuenta de que veníamos. Han formado en martillo y nos ofrecen un frente compacto. Se han dado cuenta...
La reacción española
Se apretó la barbilla con fuerza. Ahora si que estaba todo complicado. Había recibido informes que le confirmaban que sus enemigos tenían más infantería que él y, perdida la sorpresa, no podía pensar en una batalla de desgaste que él tenía perdida de antemano. ¿Qué hacer?.
¡Que Girard avance contra los españoles y los ataque furiosamente! -grita al mensajero-. Aquel, casi ni le saluda y parte por el campo con un caballo descansado que alguien le ha acercado. La noticia que lleva es muy importante porque Girard parece dubitativo mientras forma a su batallones o, por lo menos eso le parece a Soult, que lo ve progresar con lentitud a través del catalejo.
Por fin la línea francesa parece establecerse y observa a Girard que ordena el ataque masivo a la línea azul española. La verdad es que su subordinado tampoco lo tiene fácil -reconoce para sí, aunque nunca se lo diría-. La táctica arriesgada de Soult ha hecho que aquellas fuerzas maniobren en un espacio muy reducido entre algunas colinas y es una zona muy difícil para que los batallones franceses pudieran realizar los movimientos del pase de línea. El tiroteo y el estampido de los cañones que se oía en el campo de batalla queda enmudecido por el fragor del tiroteo intenso que comienza en el ala donde Girard ha lanzado a sus fuerzas. ¡Bravo Girard los españoles se vendrán abajo!, nadie puede parar el ritmo de marcha y fuego de nuestros imperiales.
El ataque de Girard.
Inútilmente intenta limpiar con la manga el catalejo con la ilusión que limpiará lo que la tromba de agua y la pólvora le ocultan de la batalla. Poco después una racha de viento retira, en parte, la humareda y el ruido baja en intensidad. ¿Merde?. La pregunta muere en sus labios. Ha visto increíblemente como un soldado español con las solapas rojas y negras de pólvora y sangre rebusca en la cartuchera de un compañero caído. Pero, ¿cómo puede ser?. La línea española ha aguantado. Muchos de sus soldados se parapetan con los cadáveres que forman un montón en el frente. Y, ¡mira tú!, siguen haciendo el pase de línea con regularidad: cargan, disparan, se desplazan a un lado y marchan hacia atrás, mientras su línea trasera ocupa su lugar y se ponen a cargar. Y... ¿mis tropas?... ¿Y Girard? -pregunta angustiado a los miembros de su estado mayor que lo miran igual de incrédulos-. Nadie se atreve a contestar a su mariscal.
La línea española aguanta el empuje de los imperiales.
Otro jinete se aproxima -¿traerá más malas noticias? piensa Soult-. No es el caso el oficial negro de humo y barro tiene una sonrisa que le llena el rostro -"los aplastamos mariscal, la caballería ha pillado a tres regimientos ingleses en formación de compañía y los hemos mandado a la mayor gloria de ese asqueroso de Bereford" -mastica las palabras con un odio templado que tanto gusta a Soult-. Más sereno, el mensajero continua "hemos tomado prisioneros a unos 800 ingleses y entre ellos está el coronel Colborne. Además, les hemos cogido alguna artillería. Un desastre para ellos creedme mariscal".
No ha lugar a mucha alegría porque por bien que disfrute con la destrucción de los ingleses la batalla no está nada clara para sus fuerzas. El mismo mensajero alegre le cuenta como el coronel del 57 regimiento inglés herido gravemente fue retirado a la fuerza del campo mientras les gritaba a sus hombres "die hard" "die hard" "morir duro" le traduce un solícito capitán. Admiró a aquel hombre que en el desastre todavía arengaba en aquellos términos a sus hombres.
No podía esperar más. Con el catalejo observó como las reservas aliadas intentaban desplazarse a la ala española para taponar el quebranto de la desventurada acción de los ingleses. Ordenó que sus propias fuerzas de reserva se empeñaran en la batalla. Había que echarlo todo al fuego. La batalla llegó a su punto más álgido. Los aliados, con los españoles que aún aguantaban desde el principio de la acción en el centro, lanzaban un fuego graneado a las apretadas formaciones imperiales.
¿Qué hora es? -preguntó- cerca de las dos mariscal-. Si los aliados no han cedido ya no lo harán debo pensar en salvar lo que queda de mi ejército. Mientras meditaba un plan un nuevo mensajero le trajo una terrible noticia Werlé, el jefe de su reserva había caído en la batalla. Todo está perdido. ¡ordenen la retirada! al que se salga de la disciplina me lo fusilan de inmediato. A la artillería que defienda nuestra retaguardia -casi sin saliva logró continuar- avisen a LatourgMabourg y que con sus polacos defienda el frente.
La vanguardia francesa es aniquilada en el pueblo de La Albuera
Soult miró por última vez hacia la linea española que había aguantado su ataque de flanco. ¡Ay! de vosotros cuidaros la vista españoles porque esta mañana os ha salvado la vida. Con tranquilidad se estiró el uniforme y se montó en el caballo. Se volvió a sus oficiales de estado mayor y les dijo Decidle a Ruty que proteja a mi ejército. ¡Bien luchado amigos!.
La retirada francesa de La Albuera.
Esta bien podría ser una síntesis de la batalla de La Albuera que empeñó al ejército napoleónico con las fuerzas aliadas de España, Inglaterra y Portugal el 16 de mayo de 1811 en este pueblo de la provincia de Badajoz. Desde hace muchos años un pequeño monumento recuerda a los combatientes que participaron en esta acción bélica durante la Guerra de Independencia. Además, de unos años a esta parte se celebra un recordatorio de la batalla en la que asisten numerosos apasionados por las guerras napoleónicas. Durante el transcurso del cual los vecinos de La Albuera y los llegados del resto de España y de otros países europeos reconstruyen esta batalla.
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