jueves, 1 de abril de 2010

DRAMATURGOS EXTREMEÑOS: Diego Sánchez de Badajoz


Diego Sánchez de Badajoz tal vez sea el autor que más y mejor incorpora lo extremeño a la evolución del teatro. Su obra, reunida básicamente en un tomo, se titula Recopilación en metro. Nació a finales del siglo XV en Talavera la Real, localidad de la que fue párroco entre 1533 y 1549; tal vez se graduó bachiller en Salamanca, siendo muy importantes sus vínculos teatrales con la ciudad de Badajoz, con su Catedral y con la casa de los Duques de Feria; quizá murió en 1549. Es uno de los dramaturgos más importantes de la primera mitad del siglo XVI.
De él conservamos un volumen original de la Recopilación en metro, edición que hizo su sobrino en 1554. Son veintisiete obras que él mismo llama “farsas”; faltan otras obras del mismo autor, los sermones y el Confisionario. En la Recopilación en metro hay también otras obras poéticas de índole diversa: Montería espiritual, Matraca para jugadores, Danza en que todos los pecados mortales danzan con nuestro padre Adán, Romance de Nuestra Señora, Introito para pescadores, Introito para herradores, etc. Son obras poéticas que tienen menor importancia que las farsas.
Las farsas se clasifican por temas: escribió doce que tratan sobre la Navidad, diez sobre el Corpus, dos hablan de santos y cuatro de otros temas.
Las farsas de Diego Sánchez de Badajoz se basan en el teatro medieval, litúrgico y primitivo; aprovecha todos los recursos escénicos de su tiempo, (sayagués, métrica, tópicos, etc.), pero está ausente el bucolismo y el erotismo. Entre las más conocidas están la Farsa de la muerte y la Farsa del molinero.
Estas obras tenían una estructura tripartita: comienzan con el introito, a cargo del pastor, continúan con el cuerpo dramático y se cierran con un villancico, cantado por todos los personajes que han intervenido.
El pastor que aparece en las obras de Sánchez de Badajoz no es el mismo tipo de los que aparecen en Juan del Encina, sino que es más parecido a los medievales. Actúa como comentarista de los temas teológicos, acercándolos al público rudo, además lleva la carga cómica. Forma parte del teatro como un elemento más, el público esperaba su aparición en escena; en El Colmenero, obra en la que no aparece este tipo dramático, es el mismo colmenero, que antes había sido pastor. La tercera función del pastor es la de presentar la obra, con el introito, momento en que explica los propósitos morales y doctrinales de la obra, incluso la crítica social que se hace, si la hay. Este pastor tan importante es una singularidad de Diego Sánchez de Badajoz.
Las aportaciones de Sánchez de Badajoz al teatro son importantes: presentó pastores convencionales, cercanos al pueblo; supo representar con maestría los temas teológicos; desarrolló la técnica de la alegoría allanando el camino de los autos sacramentales e imprimió a todas sus obras de un carácter cómico y satírico.
Sánchez de Badajoz tenía una ética cristiana, pero también una concepción del cristianismo muy alegre, de una piedad un poco ingenua y popular. Censura algunos vicios y se pone del lado de la ortodoxia cristiana, defendiendo una sociedad estática, los hombres deben aceptar su posición social. Él es un moralista, no un crítico social. Ataca a ricos y pobres cuando se apartan de la moral cristiana, y a los embusteros, a los calumniadores, a las mujeres que se pintan y están más pendientes de su apariencia que de su recato, etc.
La lengua que utiliza Sánchez de Badajoz es el sayagués, pero no duda en incluir recursos de la lengua callejera, del latín macarrónico (equívocos del pastor que no entiende latín y lo traduce a su manera), incluso del portugués, que conocía por la proximidad del país vecino. Utiliza coloquialismos, expresiones populares, refranes y chascarrillos, lo que supone un conocimiento del público al que van dirigidas estas obras. También aparecen rasgos propios del extremeño.
El público de las obras era el pueblo llano. Pero algunas son muy complicadas en el terreno de la teología, por lo que se piensa que estaban pensadas para ser representadas en la Catedral para adoctrinar a los curas y predicadores de la región.
Casi todas las farsas tienen entre tres y seis personajes. Probablemente eran representadas por compañías en las que el dramaturgo hacía el papel de pastor. Había otro hombre maduro especializado en el papel de fraile o de otros personajes bíblicos. Un tercer personaje se especializaba en los papeles de moro, portugués, negro, etc., y hablaba con el lenguaje de jerga propio del personaje que representaba. Los acompañaba un joven que hacía los personajes femeninos o de criado, mozo, etc.
Casi todas las obras se pueden representar con estos personajes; si hiciera falta alguno más ya no sería profesional, pues los papeles que representaría son los de menor entidad.
Los personajes de estas farsas apenas tienen individualidad, no tienen una psicología que los caracterice. Son tipos, abstracciones, casi siempre sin nombres propios, designados por su profesión o por su condición: colmenero, marido, mujer, soldado, labrador, pastor, etc. Lo importante es el dogma y el mensaje que se lanza en la obra; no se representan conflictos humanos, sino principios cristianos. Los personajes son vehículo de la ideología que se quiere enseñar.
Dentro de este esquema también entran los personajes alegóricos, incluso el propio Dios, que nunca llega a salir a escena, pero está en el diálogo de los demás personajes. Sí aparecen, por ejemplo, Cristo, o la Virgen, los Ángeles. En el lado opuesto aparece el Diablo. Otros personajes alegóricos son Las Virtudes, La Fortaleza, La Prudencia, etc.

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